La más antigua conservada data nada menos que de 1.580. De hecho, hace 3 siglos ciertos tipos de rifles de aire comprimido, en calibres de hasta 13 mm, se empleaban para la caza mayor, cobrándose con ellas ciervos e incluso osos. Estas armas se cargaban utilizando una bomba manual, y podían lanzar los proyectiles hasta a 300 metros por segundo. No sólo se usaban en actividades cinegéticas, sino también en combate, existiendo armas de repetición con este sistema. En esta época las armas de fuego eran muy primitivas, empleaban pólvora negra y se cargaban por la boca de fuego, de modo que la humedad las afectaba, además de producir grandes humaredas y un notable ruido al dispararlas. Los fusiles de aire comprimido no sufrían estos problemas, y de hecho Francia, Austria y otros países de su entorno armaron a sus francotiradores con fusiles de este tipo, ya que los hacía prácticamente indetectables. El modelo más destacado, el Girandoni, podía disparar hasta 21 proyectiles de 13 mm en 13 segundos, y poseía una balística terminal a 100 metros similar a la de un 9 mm Luger actual. En extremo oriente también se descubrieron pronto las virtudes del aire comprimido, diseñando el armero japonés Kunitomo Ikkanbi un rifle de gran calidad hacia 1820. A partir de 1888, las carabinas de WWF Markham Co. se volvieron extremadamente populares, al ser sencillas y económicas. A finales del siglo XIX existían más de 4.000 clubes de tiro con aire comprimido en Inglaterra, y se celebraban multitud de competiciones ya que no se necesitaban campos de tiro especiales.