Cierto grado de activación puede ser beneficioso, de ahí que muchas personas se sientan cómodas trabajando bajo presión.
Lo primero que has de saber es que no son imaginaciones tuyas: probablemente sí rindas mejor cuando enfrentas una cierta presión.
Esta puede venir provocada por la falta de tiempo, por la supervisión de un superior o por lo mucho que te juegas en esa actividad o proyecto.
Ese elemento de presión aporta motivación y nos permite enfocarnos más en la tarea a realizar y ser más cuidadosos y meticulosos.
Sin embargo, si la presión es excesiva, nos sentiremos abrumados y paralizados, y rendiremos por debajo de nuestras posibilidades.
Calcular el grado exacto de activación que necesitamos para un rendimiento óptimo no es sencillo, ya que depende de diferentes variables.
Por ejemplo, la personalidad de cada individuo o las características de la tarea: ante una actividad sencilla, que conocemos y dominamos bien, la presión puede actuar como estimulante.
Por el contrario, ante un trabajo complejo, desconocido y en el que somos poco hábiles, una ansiedad excesiva puede hacernos fracasar.
Si voluntariamente esperas hasta el último minuto para afrontar tus pendientes, si lo haces porque necesitas esa presión para motivarte, estás cayendo en un error.
En dicha situación, lo más probable es que realices un trabajo mediocre; o, al menos, muy por debajo de lo que podrías haber realizado en otras circunstancias.
La presión hace que ya no trabajes “para ganar”, sino simplemente” para no perder”.
Ya no puedes cuidar los detalles, repasar o añadir nuevas ideas, has de conformarte con simplemente cumplir.