El trabajo siempre produce presión, pues es necesario aplicar esfuerzos para superar los retos y obstáculos del día a día que la misma jornada laboral pone enfrente por naturaleza, y por esto mismo provoca algún nivel de tensión, pero sin llegar a afectar la productividad y la salud mental del trabajador. También está claro que hay momentos o circunstancias en las que esa la presión se eleva, así como hay otros en los que disminuye, esto se trata de un sano equilibrio. Trabajar bajo presión es una habilidad necesaria si tiene lugar dentro de los límites establecidos. Lo que se busca con este modo de trabajar es realizar tareas exigentes en poco tiempo y con buenos resultados. Incluso podríamos decir que, si se logra con éxito hay un aumento notorio de la productividad laboral. Aunque es bueno aprender a trabajar bajo presión, lo indicado es no perder de vista los efectos que esto tiene en la salud y la calidad de vida, y optar por evaluar el desempeño de los trabajadores de una forma que impuse su talento sin forzarlo. De lo contrario, esto deja de ser una habilidad y se convierte en un problema que se debe evitar. Si este se sobrepasa, aparece un desequilibrio que podría tener consecuencias negativas como la baja en los índices de productividad laboral, y en estos casos trabajar bajo presión ya no es una habilidad, sino un factor de riesgo que pone en peligro al empleado. Principalmente provoca un estrés laboral destructivo. Esto es, una condición en la cual las exigencias del trabajo sobrepasan las posibilidades del empleado para sobrellevarlas. Este estrés tienes consecuencias que afectan la salud con padecimientos como migraña o indigestión, hasta efectos en el estado de ánimo que se expresan como irritabilidad, tristeza o sentimientos de frustración. Y no hay nada más que afecte la productividad laboral que los problemas de salud.