Una vez que el jugador percibe su entorno, identifica y analiza el problema al que se enfrenta, procede a pensar la solución que va a ofrecer. En el caso del jugador atacante con balón: si cuenta con espacio libre a su alrededor, podrá tomar la decisión de aprovecharlo para conducir y progresar hacia la portería contraria. Si no percibe espacio, podrá conservarlo hasta recibir la ayuda de algún compañero, por ejemplo. En el caso de un atacante sin balón: si percibe espacio a su alrededor podrá ser una opción de pase, así que se deberá perfilar por si recibe el balón. Si no tiene espacio, deberá desmarcarse para poder recibir. Mientras que en el caso del defensor: en función de la situación en la que se encuentre, tendrá que valorar si toma la decisión de presionar o temporizar.
1. Plantear tareas específicas. Igual que en el atletismo se entrena corriendo, en la natación nadando y en el ciclismo montando en bici, en el fútbol se debe entrenar jugando al fútbol. Eso se consigue a través de tareas globales, con dos equipos, un balón, una puntuación… En definitiva, tareas con una transferencia mayor del aprendizaje al juego real.
2. Condicionar las tareas para provocar la repetición. Los jugadores, y cualquier persona, aprenden a base de repetición. Da igual cuál sea la tarea, el gesto o la habilidad a desarrollar. A medida que la repites, la interiorizas y la asimilas.
3. Fomentar la diversidad de tareas. Como hemos dicho, los jugadores aprenden a base de repetición. Cuanto mayor sea la alternancia y variedad de las tareas planteadas, mayor será también la cantidad de situaciones reales que los jugadores pueden aprender a resolver. Esto, por otro lado, también favorece su creatividad, entendida como la capacidad de ofrecer soluciones efectivas ante problemas desconocidos.